SD. RD. 31/DIC/2020
Miré al niño y su inocencia
y de ternura se me llenó el corazón.
De Dios alabé la creatividad,
su ciencia, su diversidad, su amor.
Miré al vagabundo hambriento
y la impotencia me apesadumbró.
Como antes cuestionarlo quise
y el Espíritu me disuadió.
Miré entonces fijamente
que con un vaivén errático
la inestabilidad mi alma dominaba.
Note que como veleta a la deriva navegaba,
y en el horizonte podía ver mi perdición.
Todas las cosas que veía antes
son las mismas que veo hoy;
pero en Cristo anclada hoy está mi alma
y soporto tempestad y ventarrón.
Su esperanza me mantiene firme
como el Monte de Zion.
En Él esperaré sin temor
Y veré su redención.
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