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viernes, 20 de julio de 2012

LO QUE EL ESPÍRITU DIGA

Santo Domingo, República Dominicana. 20-Julio-2012

"Porque viene un día tan ardiente que no le dejará ni raiz ni rama al pecador." (Mal. 4:1). Me dirás: ¿Por qué de tu boca sale tanto el juicio y castigo y no la bendición. Yo te responderé diciendo: ¡Cuanto anhelo decir, proferir palabras de bendición, pero no puedo! Entonces me respondes: ¿No es cierto que el espíritu del profeta se sujeta al profeta? Y yo te respondo diciendo: Si así está escrito; pero cuando me dispongo escribir para dar aliento y hablar palabras positivas, agradables a todo oído, tomo el lápiz y el cuaderno y pasan los minutos y las horas esperando que bajen esas palabras que agraden; pero la espera es en vano. Y no es que sea incapaz de escribir palabras agradables y refrescantes y alentadoras, pero la manera en que fuciono es así: Yo tengo que sentir que es verdad lo que pasa por mi mente antes de plasmar en el cuaderno las palabras, de otra manera me siento hipócrita, falso, vacío. Siento que estoy mintiendo porque mi corazón no me está dictando esas palabras.

El profeta Micaías pasó algo similar con el rey Acab. Este rey obligaba al profeta a que le profetizara paz; pero el profeta le decía que no podía haber paz en medio de una generación tan perversa como la de Acab.

Yo observo, o recuerdo la sinceridad con que el cristiano de años atrás buscaba el rostro de Dios. Siento nostalgia por esos días. El Espíritu Santo unía en un solo sentir a los creyentes y la mayoría procuraba que el nombre de Dios fuera glorificado, y había un apego a la verdad bíblica tan genuino que nadie pensaba dos veces predicar la verdad. Era muy común escuchar: Yo predico la Biblia fielmente aunque no me vuelvan a invitar a predicar. No existía la prebenda, por lo menos para este tipo de cristianos, se predicaba voluntariamente por amor a la obra.

Por lo tanto, yo aseguro a todos, que cada palabra que de mí se recibe es sincera. Y la condición actual del mundo y de la iglesia no me inspiran para que hable palabras halagüeñas, sino de juicio y castigo. Además, antes de dar las palabras que doy,  primero consulto a mi Dios quien en unas ocasiones me detiene y en otras me autoriza darlas.

Concluyo diciendo que conviene más agradar a Dios que a los hombres.

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